jueves, 2 de octubre de 2008

Delirio


Te hundes.

Convertido en un ser minúsculo de sólo unos milímetros descubres un submundo que ya existía antes aunque es muy cierto que tú desconocías su existencia.

Te deslizas.

Arrastras tu dignidad en un fango verde y pegajoso que provoca en ti nauseas y mareos plomizos.

Ves una enorme rata gigante.

Aparece por un costado la torre Eiffel y detrás una comparsa de obeliscos que escoltan una decrépita estatua de la libertad ajada por el tiempo. Rasgadas sus vestiduras, permiten adivinar un esqueleto carcomido por miríadas de diminutos especimenes resueltos a terminar con tanta desfachatez e hipocresía.

Por encima de ti planean ejércitos. Los cazas portan pancartas con anuncios de Coca-Cola.

Una luz potente, te ciega unos instantes, anuncia la llegada de una virgen morada que llega con un aire de grandiosidad realmente extraordinario e insolente.
Dos ángeles la despojan de su manto y ves estupefacto un esplendoroso cuerpo que se ofrece a tu gozo y disfrute.
Pero no logras tu objetivo pues se te adelanta un diablillo naranja que copula salvajemente con ella que, ahora, se convierte en un lagarto repelente.
Sus genitales se deshacen y vierten por el suelo un viscoso líquido amarillento.
Escupe obscenidades que atormentan tu conciencia.
Engulle por sus terribles fauces al diablo, que se volatiliza tras una explosión multicolor que alumbra la oscuridad que remotamente presidía toda la escena.

Y empieza a disminuir de tamaño.

No... tú eres el que crece descomunalmente sin aumentar de masa.

Ya la densidad es tan baja que te confundes con el aire y tus átomos se esparcen huyendo del centro de masas que late rítmicamente hasta después incluso de haber desaparecido de tu vista el último vestigio de tu soma.

Somos mente.

Somos materia.

Somos sólo fruto del azar.

Tú... tú también.


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